sábado, 31 de diciembre de 2011

Me asombra la complejidad del mundo. A medida en que maduras, acto de adquirir vivencias y experiencias, te das cuenta de su rotación, su extraño proceder, de la dualidad de todo lo existente. Todo permanece en continua transformación, el estado de ánimo, los sentimientos, van rotando a medida que respiras, van cambiando a cada paso, a cada mirada, a cada despedida. Este cruce de sensaciones pueden subirte hacia el infinito, hacia la cúspide de la felicidad, y en un momento hacerte desvanecer, entre las nubes, procurando una caída lenta, melancólica, hacia la realidad, hacia la contemplación imparcial y objetiva del mundo. Después de la calma viene la tormenta, no puede existir felicidad sin tristeza, yin sin yang. Y a la dicha la secunda la desazón.

Puede que parezca una entrada triste, pero no lo es en absoluto. La desazón sentida no es ni milésimamente comparable a la felicidad precedente. Por unos días he podido apreciar la belleza del mundo en estado puro. No solo la belleza física de quien contempla al otro como si de una escultura esculpida para el goce de tus ojos se tratase; sino la belleza inmaterial, residente en facciones imperceptibles por los ojos. Los actos, las miradas, las sonrisas, las risas, esos ojos dignos de naufragar por meses, el tacto de dos pieles uniéndose en perfecta armonía, la unión de poros de piel como si de un oasis en el desierto se tratase, y por último labios, muecas que hacen perder el sentido, que estremecen al contacto con tu piel; sensaciones tan solo perceptibles por el alma, por el interior de mi ser.

Puede que muchas veces me plantee si de verdad vale la pena, si no hay que hacerle caso a las distancias que no permiten tu permanencia eterna entre mis poros, si de verdad vale la pena esperar dos meses para poder sentir durante pocos días tu presencia junto a mí; inmediatamente después me río de mis estúpidas preguntas. Me río de la incongruencia de la razón frente a la dictatorial fuerza del corazón.

Aunque en este momento témpanos helados de soledad me invadan, por cada segundo de respirar tu mismo oxígeno valdría la pena esperar la eternidad.

Simplemente, te amo.