sábado, 6 de marzo de 2010

Violetas en el aire.

Tenía que regresar al oscuro callejón. Todavía tenía en mis fosas nasales ese hipnotizante olor a violetas, ese olor que hacia que mi corazón se estremeciera hasta lo más profundo de mi ser. No podía vivir sin aquel aroma que hacia que todo valiera la pena, ese aroma que me ayudaba a levantarme cada mañana, aunque no hubiera razones por las que vivir.

Mis temblorosos pasos se acercaban. Las botas negras de mis pies empezaban a difuminarse a cada pisada. Ahora mis ojos quedaban inservibles al ambiente. Mis sentidos cada vez eran más nulos. Solo sabía que tenía que seguir caminando hacia delante, sin dudar.

Pronto, la lluvia ya no era lo único que mis oídos captaban. Esos susurros por cada rincón hacían eco de las gotas de lluvia. Siluetas invisibles travesando paredes inexistentes a mi paso. Rodeado solitariamente.

A cada paso que me acercaba, un gélido aliento recorría todo mi cuerpo. Hacía que un escalofrío descendiera por mi columna vertebral, llegando a cada escondite de mi cuerpo. Ese aliento de cristal que nublaba mis sentidos, que solo mi corazón podía observar.

Y al final ese olor, ese aroma a violetas, esa sensación de inmenso placer. Esa sensación indescriptible, sensaciones que el léxico no tiene recursos para representar. Pero no me quería marchar, no quería huir como una persona sensata, como alguien cobarde. Quería más, quería mucho más. Quería zambullirme en esa nube de magia, quería tocar el cielo con los pies.

De repente un sonido me sobresalta. Las ocho campanas de la iglesia colindante sonaron estridentemente doce veces. Indicando la hora en la que me encontraba. Aunque, daba igual, hacia años que me deshice de mi único reloj. No veía que importancia podía tener el tiempo. Siempre pensé que el tiempo es relativo, que viendo el reloj era la única forma de que los días pasaran y tu cuerpo se fuera deteriorando.

Los pensamientos de mi mundo interior tuvieron que interrumpirse. Porfín llegó, porfín. Porfín esa silueta inexistente susurró mil historias al oído. Porfín las violetas me impedían respirar. Porfín esos labios de hielo reposaron en los míos, provocando incendios en mi alma y huracanes en mi corazón. Porfín el mundo ya no importaba. Porfín las voces de mi corazón callaron para siempre.

Me desplomé, sin ningún sonido, con el sonido que hacen todos los árboles que se caen sin ser vistos, sin notar el agua de la lluvia, sin sentir el frío de sus labios, sin absorber el aroma a violetas.

Todo valió la pena, todo fue estrictamente necesario, para esa cautivadora sensación, para ese dulce beso cargado de muerte y dicha.


Alexandre CM