martes, 18 de septiembre de 2012

Me consumo, lentamente entre mi propia sombra. Mi estómago no responde, tengo que esforzarme por comer en estas negras horas cargadas de mi habitual desazón. Este lugar prometía ser la panacea, la recompensa a mi esfuerzo, el dulce laurel de la victoria; no obstante se está convirtiendo en una carga, un lastre con el que lidiar día a día, sin poder abrazar a nadie, solo; soledad es lo que me envuelve.
En cuatro días volverá la luz, volveré a  ver el motivo por el que sigo adelante en esta ciudad sin nombre de la que sólo soy un paréntesis, donde a nadie le interesa mi presencia ni mi nombre. Cinco eternos días cada semana, pero no me puedo quejar, te necesito aunque sea por breve espacio de tiempo y tenga que enfrentarme solo a mis quimeras, todo vale la pena por poder verte cada fin de semana, aunque las lágrimas se esparzan por las sábanas cada vez que no estás tú.

jueves, 5 de enero de 2012

No me pidas que lo deje todo. Mi casa, mi familia, mis amigos, mis estudios.

Porque realmente haría la maleta ahora mismo.

sábado, 31 de diciembre de 2011

Me asombra la complejidad del mundo. A medida en que maduras, acto de adquirir vivencias y experiencias, te das cuenta de su rotación, su extraño proceder, de la dualidad de todo lo existente. Todo permanece en continua transformación, el estado de ánimo, los sentimientos, van rotando a medida que respiras, van cambiando a cada paso, a cada mirada, a cada despedida. Este cruce de sensaciones pueden subirte hacia el infinito, hacia la cúspide de la felicidad, y en un momento hacerte desvanecer, entre las nubes, procurando una caída lenta, melancólica, hacia la realidad, hacia la contemplación imparcial y objetiva del mundo. Después de la calma viene la tormenta, no puede existir felicidad sin tristeza, yin sin yang. Y a la dicha la secunda la desazón.

Puede que parezca una entrada triste, pero no lo es en absoluto. La desazón sentida no es ni milésimamente comparable a la felicidad precedente. Por unos días he podido apreciar la belleza del mundo en estado puro. No solo la belleza física de quien contempla al otro como si de una escultura esculpida para el goce de tus ojos se tratase; sino la belleza inmaterial, residente en facciones imperceptibles por los ojos. Los actos, las miradas, las sonrisas, las risas, esos ojos dignos de naufragar por meses, el tacto de dos pieles uniéndose en perfecta armonía, la unión de poros de piel como si de un oasis en el desierto se tratase, y por último labios, muecas que hacen perder el sentido, que estremecen al contacto con tu piel; sensaciones tan solo perceptibles por el alma, por el interior de mi ser.

Puede que muchas veces me plantee si de verdad vale la pena, si no hay que hacerle caso a las distancias que no permiten tu permanencia eterna entre mis poros, si de verdad vale la pena esperar dos meses para poder sentir durante pocos días tu presencia junto a mí; inmediatamente después me río de mis estúpidas preguntas. Me río de la incongruencia de la razón frente a la dictatorial fuerza del corazón.

Aunque en este momento témpanos helados de soledad me invadan, por cada segundo de respirar tu mismo oxígeno valdría la pena esperar la eternidad.

Simplemente, te amo.

martes, 16 de agosto de 2011

Hay instantes en la vida que se hacen esperar, que se temen, se desean, se anhelan hasta el punto de sumergirte en ellos queriendo chapotear sobre los confines de tus sueños. Hay instantes que te hacen revivir, como si te despertaras de un lánguido letargo para caer de bruces sobre una inmensa adrenalina que te hace renacer, explorando los límites del placer. Instantes que hacen de la vida un camino omnidireccional.


"A veces podemos pasarnos años sin vivir en absoluto, y de pronto toda nuestra vida se concentra en un solo instante." (Oscar Wilde)

miércoles, 22 de junio de 2011

Calle Bélgica núm. 3

Resulta difícil describir el sentimiento de pérdida, perder alguien, algo, perder para siempre. Saber que no va a volver y en el fondo no querer que vuelva, no soportar el dolor que ocasiona una mirada, esas minúsculas pupilas hirientes, ese verde intenso a su alrededor provocando vértigo, miedo a caer, a caer en él, a naufragar sin saber nadar, sin poder escapar, dejar tu mente volar a ningún sitio, a un lugar mejor donde las furtivas miradas se funden en un abrazo, sin importar lo demás, sin ver más allá. Desazón al no poder llorar, al creerte incomprendido por la situación, esa ridícula situación. El alma no entiende de imposibles, de fronteras inquebrantables, de roles que impiden ascender hasta su posición. Querer más, querer respirar ese oxígeno impregnado de su fragancia y no poder, no poder acercarse, como si se tratase de una barrera mental forjada a fuerza de voluntad y estigmas sociales. Y de pronto el dolor, tan puntual como siempre. Dolor por pensar como hubiese sido todo en otras condiciones, en otro ámbito, jugando distintos papeles, dejando atrás el abismo donde yacen los sueños que nos diferencian, como dos simples humanos que buscan comprensión, que buscan que un mundo nuevo se abra al cruzar la frontera del esmeralda lagrimal. Pero nosotros somos nosotros y nuestras circunstancias, las cuales han decidido otra forma de existir, las cuales no permiten que el dolor cese y las palabras fluyan como bálsamo para los sentimientos, las cuales se niegan a dar otro final y no permitir la pérdida, el olvido progresivo del otro, las cuales nunca se permitirán el lujo de ver de nuevo ese rostro, esas facciones que hasta hace poco era una de las únicas razones por las que levantarse un día más.